Según el historiador de la Francmasonería Albert
Mackey, el siglo XVIII vio actuar a un tal Chevalier Ramsay, presbiteriano escocés educado en la universidad de Edimburgo y apóstata protestante cuando decidió abrazar la iglesia de Roma. La huída de Jacobo II a Francia le hizo marcharse también a él. Posteriormente se convertiría en tutor del pretendiente al trono inglés, Carlos II, introduciéndose en los círculos de conspiradores para recuperar el trono de Escocia. La nobleza francesa aceptó de buena gana el rito que, según Ramsay, había sido traído de Palestina por los príncipes, sacerdotes, caballeros y nobles a su regreso de las Cruzadas.

Es cierto que, durante los sucesos revolucionarios que tuvieron lugar en Inglaterra y Escocia a lo largo de los siglos XVII y XVIII, muchos masones escoceses huyeron a Francia. Ello pudo haber dado origen a la popular creencia de que el Rito Escocés nació en Escocia. En realidad, hasta 1846 no se estableció un Supremo Consejo en esta región del actual Reino Unido de Gran Bretaña.

El Rito Escocés creció en Francia a partir de 1754, en el interior del seminario jesuita de Clermont, formándose un capítulo (o Colegio) con siete grados. Existe un documento anterior de un Capítulo Rosacruz de Arras (Francia) instaurado en 1747 por Carlos Eduardo Estuardo. Hacia 1758 el sistema se había convertido en un Rito de 25 grados conocido -en lenguaje jesuítico- como Rito de Perfección de la denominada Orden del Secreto Real, cuyas “Grandes Constituciones” se dictaron en 1762.

En 1761, un judío llamado Stephen
Morin, miembro del denominado “Consejo de Emperadores de Oriente y Occidente”, recibió el encargo de introducir el Rito en el Nuevo Mundo. Primero lo estableció en Jamaica y Santo Domingo. Posteriormente abrió cámaras en Nueva Orleans 1763, Albany (Nueva York, 1782), Filadelfia (1782) y Charleston (Carolina del Sur, 1783). Se dice que de los dieciséis “Diputados Inspectores Generales” nombrados por Morin, trece eran judíos como él.

En 1786 se ratificaron las Grandes Constituciones para poner orden en la caótica situación de los grados europeos. Éstas fueron las Constituciones que trajeron “El Rito Escocés Antiguo y Aceptado”, ampliando hasta treinta y tres el número de grados, con el 33 (cifra que se representa, como el resto de los grados, con el símbolo º junto al número) como Supremo Consejo, es decir, como órgano de gobierno. Algunos historiadores alegan que las citadas Constituciones fueron falsamente atribuidas, para conferirles mayor grandeza y legitimidad, al prusiano Federico el Grande, cuya muerte tuvo lugar ese mismo año, en 1786.

En 1801 se abrió un Supremo Consejo en Charleston bajo las citadas Constituciones, absorbiendo al anterior Rito de Perfección. Este Supremo Consejo emitió posteriormente certificados de autenticidad a otros Supremos Consejos. Todos los Supremos Consejos actuales se derivan, directa o indirectamente, del ya citado Supremo Consejo de la Jurisdicción Meridional de Estados Unidos.

A lo largo del siglo XIX fueron creándose nuevos Supremos Consejos en Europa y Canadá. En nuestros días hay estrechas relaciones entre aproximadamente 40 Supremos Consejos distribuidos por todo el mundo, incluyendo las cuatro Grandes Logias Nacionales de los países escandinavos.

La denominación “Rito Escocés Antiguo y Aceptado” nació en 1804 a partir del convenio entre el Supremo Consejo de Francia y el Gran Oriente de Francia. En 1859, guiado por el Gran Comandante y renombrado escritor masónico norteamericano Albert Pike, el Rito Escocés se extendió por Estados Unidos y el resto del mundo. La palabra “escocés” también ha sido relacionada con uno de los grados del antiguo Supremo Consejo.

Según la abundante literatura existente y el uso extendido, al Rito Escocés se accede tras completar los tres primeros grados simbólicos Aprendiz, Compañero y Maestro en la llamada logia simbólica o Logia Azul. El Rito incluye los grados 4º al 32º, cada uno de los cuales ostenta un título* (ver denominaciones abajo). Sus miembros se reúnen en “Valles” y se organizan de cuatro formas: Logia de Perfección (grados 4º al 14º), Consejo de los Príncipes de Jerusalén (15º-16º), Capítulo Rosacruz (17º-18º) y Consistorio (19º-32º).

El grado 33º se confiere anualmente en una reunión del Supremo Consejo del Grado 33 a un número selecto de Masones del Grado 32º que han demostrado en su modo de vida el verdadero significado de la palabra fraternidad. La edad biológica de quien recibe el grado 33º debe ser igual o superior a 33 años. El grado 33º es un grado honorífico concedido en reconocimiento de los servicios prestados a la Francmasonería o a la Comunidad.

A un profano, o a un iniciado, y a muchos Maestros Masones desinformados esta presentación jerárquica les puede parecer que quienes obtienen uno de esos treinta grados adicionales poseen un rango superior. Sin embargo, el principio más firme de la Francmasonería universal es que no hay grado superior al de Maestro Masón. Los grados 4º al 32º señalan un nivel de conocimiento, una ampliación de los trabajos de la Logia Simbólica, lecciones que se enseñan por medio de alegorías dramatizadas. Estas enseñanzas se han extraído de episodios bíblicos y acontecimientos históricos más modernos. Los practicantes o miembros –todos Maestros Masones de buena reputación- utilizan ropajes en consonancia con los personajes que representan.

La mayoría de los Supremos Consejos y sus cuerpos subordinados suelen reconocer la supremacía de las Grandes Logias Simbólicas y los Grandes Maestros en sus respectivas jurisdicciones.
Es sentido y misión del R.·. E.·. A.·. y A.·., en primer lugar, hacer cada día mejores masones, es decir, aumentar su cualificación intelectual, moral y sobre todo masónica a través de un trabajo riguroso, progresivo, profundo y esencialmente iniciático; y en segundo lugar, que esos hombres más formados y más masones, es decir, más hombres, impongan con la fuerza de sus ideas y el ejemplo de su conducta, los principios del Rito y de la Masonería en la sociedad profana.

Se trata, pues, de un Rito, el más difundido en el mundo, en el que se combinan los elementos simbólicos más tradicionales con una dinámica de funcionamiento ciertamente expresiva, que permite desarrollar junto a un profundo sentido de fraternidad, un agudo sentido del análisis racional que invita a enfocar la vida con criterios donde lo espiritual y lo racional se complementan extraordinariamente.

En los Templos de las Logias que trabajan en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado se representan simbólicamente las Leyes que rigen el universo, y sus trabajos se realizan fundamentalmente en dos líneas que se complementan como los brazos de un mismo cuerpo.

En primer lugar tenemos el Trabajo Ritualístico o Práctica del Ritual que permitirá, en sus grados de Aprendiz, Compañero y Maestro, a través de una serie de dramatizaciones ritualísticas de antiquísima simbología, tener una mayor consciencia de las Leyes que rigen el universo.

En este sentido el Ritual está estructurado y codificado de tal manera que conforma un hilo conductor, el cual no sólo puede transmitir un claro y sencillo mensaje general, sino que puede activar mecanismos subconscientes e inconscientes que generan un elevado sentido de la trascendencia y de Dios o Gran Arquitecto del Universo. Así, pues, en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado es impórtate no sólo la Práctica del Ritual sino también a su asimilación espiritual, psicológica y conceptual.

En segundo lugar, dentro de los trabajos de la Logia, se pone igualmente énfasis en los Trabajos masónicos de tipo intelectual. Los Trabajos son presentados por escrito y, una vez leídos en la Tenida, son tratados de forma oral por los Hermanos. De esta forma se consigue, a través de las diferentes apreciaciones u opiniones aportadas, una percepción profunda del tema tratado, con el consiguiente enriquecimiento y formación masónica que invariablemente dará sus frutos en cualquier ámbito o situación.

Siguiendo con el espíritu eminentemente dinámico de las Logias del Rito Escocés antiguo y aceptado, habitualmente forma parte importante del Trabajo masónico los correspondientes ágapes fraternales o cenas realizada fuera de las Logias, donde se interrelacionan sus miembros y se desarrolla, si cabe en mayor medida, el profundo sentido de la Fraternidad que existe entre todos los Hermanos.

Reflexionar sobre el sentido y misión del Rito Escocés Antiguo y Aceptado es tanto como analizar su ontología y la aplicabilidad y proyección de su esencia en la Sociedad.

Es difícil encontrar un Rito en el que se armonice tan equilibradamente el Espiritualismo, el Humanismo y la Libertad, que son las tres columnas que sostienen al Escocismo. Porque el Rito Escocés Antiguo y Aceptado es un Rito tradicional e iniciático basado en esos tres elementos y asentado sobre la profunda fraternidad masónica.

El Rito permite, y este seria su primer sentido, que una alianza de hombres libres trabaje para el progreso espiritual, moral, intelectual y material de la Humanidad. En consecuencia la vocación espiritual del R.·. E.·. A.·. A.·., lleva a un humanismo filantrópico.

Espiritualismo, Humanismo, Fraternidad, Filantropía, no son para los masones escocistas conceptos vacíos de contenido. Nuestra espiritualidad no nos viene dada como si fuese una gracia, el humanismo no consta en nosotros como una virtud innata, la fraternidad no es espontánea. A esas virtudes masónicas se llega a través del esfuerzo individual y colectivo, utilizando una tradición iniciática y progresiva (el Rito es un método) que posibilita una espiritualidad abierta a la libertad, al humanismo, a la igualdad y a una auténtica fraternidad universal entre los hombres.

Cabe decir que el R.·. E.·. A.·. A.·. es tan tradicional como liberal. Un Rito que rompiera con la tradición iniciática o que no proclamase la libertad, y fuese por tanto dogmático, dejaría en ambos casos de ser masónico.

La misión del R.·. E.·. A.·. A.·. es siempre construir. Construir el edificio supremo de un orden iniciático, construir al hombre y construir su fraternidad, en resumen hacer mejores masones

El Rito Escocés implica en su ideal una perfecta síntesis entre el humanismo espiritualista de la filosofía tradicional y el humanismo antropológico moderno.

Aunque el mundo profano se esfuerza en enfrentar conceptos como universalidad y diferencia, los masones escocistas podemos proclamar que sin respeto a las diferencias el universalismo puede degenerar en totalitarismo, y que, sin exigencia de valores universales (es decir sin un horizonte de universalismo) el derecho a la diferencia podría desembocar en un enfrentamiento bélico. Por eso conviene mantener pujante siempre la vocación universal de la Masonería.

La filosofía Escocista (que como hemos señalado es perfecta síntesis entre espiritualismo y humanismo) pretende hacer notar su mensaje universalista de libertad y tolerancia frente a todo fanatismo, frente al integrismo religioso y frente al racismo xenófobo. Porque los principios del R.·. E.·. A.·. A.·. no quedan reducidos a la pura abstracción teórica, sino que tienen a proyectarse en el mundo profano través del trabajo y ejemplo individual que los masones escocistas ejercen en el entorno social, laboral, etcétera, al que cada uno de ellos pertenece.

En la esfera intelectual se rinde culto a la inteligencia y a la ciencia, utilizando la razón como vía de acceso a la verdad e introduciendo al hombre en una visión relativista frente a todo fanatismo dogmático.

En cuanto a las creencias, nuestro Rito, que es respetuoso con todas las religiones, defiende la libertad religiosa y de culto y la independencia del poder político respecto al religioso.

Como podemos ver hay un bagaje concreto en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Porque éste es un método, un medio un vehículo para el aprendizaje perfectivo del masón y para la transmisión de contenidos intelectuales. El R.·.E.·.A.·.A.·. es no solo forma sino también fondo, ambos deben ser justamente equilibrados. Un Rito que redujese los elementos formales no seria perfecto, pero creer que la forma es todo, es decir, vaciar de contenido material el Rito, reduciéndolo a una ceremonia formal supondría una alteración ontológica del mismo. La forma no debe nunca sustituir, y menos excluir al fondo, al pensamiento, al contenido profundo y esencial del Rito.
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